domingo, 29 de agosto de 2010

El príncipe, de la princesa y del cocodrilo

El cuento que les narro aquí esta sacado del libro de Jan-Philipp Sendker, “El arte de escuchar los latidos del corazón”. Dicho cuento es una parte importante y central de su libro, por ello te recomiendo que si estas leyendo o si vas a leer dicho libro no leas lo que pongo a continuación.

Nos vamos a encontrar con un lindo cuento, una historia muy bonita que no termina de la mejor manera y es que, en un principio los cuentos no eran historia de final feliz. Léanse el verdadero cuento de la sirenita por ejemplo, el cuento no acaba bien, muy lejano de lo que factoría Disney nos narra.

Ahora les dejo con el cuento titulado : El cuento del príncipe, de la princesa y del cocodrilo. Espero que lo disfruten como yo lo he disfrutado.

Érase una vez una hermosa princesa. Érase una vez. Esas palabras mágicas que transforman el mundo que te rodeaba. La habitación rosa pálido se esfumaba, y yo veía al príncipe y a su princesa y nada más.

La princesa vivía a la orilla de un gran río. Vivía con su madre y su padre, la reina y el rey, en un viejo castillo de muros altos y gruesos en cuyo interior hacía mucho frío y reinaba el silencio. La princesa no tenía hermanas ni hermanos y se sentía muy sola en la corte. Los padres apenas hablaban con su hija. Sus sirvientas solo le decían “sí princesa” o “no, princesa”, y en todo el castillo no tenía a nadie con quien hablar. Se aburría extraordinariamente. De modo que, con el tiempo, se convirtió en una princesa solitaria y triste que ya no podía recodar cuándo fue la última vez que se rió. A veces tenía la sensación de había olvidado como se hacía. Entonces se miraba al espejo e intentaba sonreír. Gesticulaba con la cara para hacer una mueca, pero ni siquiera parecía graciosa. Cuando se sentía demasiado triste bajaba al río. Allí se sentaba a la sombra de una higuera, escuchaba el sonido del río y el canto de los pájaros y las cigarras. Le encantaba el sonido del río y el canto de los pájaros y las cigarras. Le encantaba la infinidad de estrellitas que el sol vertía con su luz sobre las olas. Entonces su corazón se sentía un poco más aliviado y soñaba con conocer a alguien que la hiciera reír.

Al otro lado del río vivía un rey cuya severidad era conocida en todo el reino. A ninguno de sus súbditos le estaba permitido ser perezoso o vago. Los campesinos tenían que trabajar en sus campos sin descanso, y los obreros en sus obras. Para asegurarse de que todos cumplían su labor, el rey enviaba inspectores por toda la ciudad. Y a todo aquel que era descubierto en un descanso s le daban diez latigazos con una caña de bambú. La severidad del rey no era menos para con su hijo. El príncipe estaba obligado a estudiar de la mañana a la noche. El rey reunió a los más admirados eruditos de todo el país para educar al príncipe. Tenía que convertirse en el príncipe más listo de todos los tiempos.

Un día el joven príncipe logró escabullirse del palacio. Montó a lomos de su caballo y cabalgó hasta el río. Allí vio a la princesa, sentada en la otra orilla, poniéndose unas florecitas amarillas en su melena negra. Era la joven más hermosa que había visto en su vida, y a partir de aquel momento solo tuvo un deseo: pasar a la otra orilla.

Pero entre ambos reinos no había ni un puente ni un barquero que ayudara a los viajeros a cruzar la corriente. Los reyes estaban enemistados y habían prohibido a sus súbditos poner un pie en el río. Todo aquel que lo intentara sería castigado con la muerte. El río estaba plagado de cocodrilos a la espera de que algún pescador o campesino se acercara al agua más de la cuenta.

El príncipe quiso nadar hasta el otro lado, pero el agua no le llegaba aún a las rodillas cuando los cocodrilos se abalanzaron sobre él con sus grandes bocas abiertas. Logró retroceder hasta su orilla por los pelos. Si no podía hablar con la princesa, al menos quería verla.

Volvía cada día al río en secreto, se sentaba en una piedra y observaba a la princesa lleno de melancolía. Pasaron las semanas y los meses, hasta que al fin uno de los cocodrilos se acercó a él y le dijo:

-Llevo días observándote, querido príncipe. Sé que te sientes muy infeliz y te compadezco. Quiero ayudarte.

-¿Cómo podrías ayudarme?-preguntó el príncipe, atónito.

-Súbete a mi espalda. Te llevaré hasta la otra orilla.

El príncipe observó al cocodrilo con desconfianza.

-Es una artimaña-le dijo-.Los cocodrilos sois codiciosos y voraces. No dejáis que un ser humano salga con vida del agua.

-No todos los cocodrilos somos iguales-respondió el cocodrilo-.Confía en mí.

El príncipe no tenía elección. Si quería llegar hasta la bella princesa, debía creer al cocodrilo. Se subió a su espalda y esta le llevó a la otra orilla, como le había prometido.

La princesa no podía dar crédito cuando el príncipe apareció de pronto a sus ojos. Ella también lo había observado a menudo y en su fuero interno había deseado que encontrara el modo de cruzar el río. Entonces el príncipe sintió vergüenza y no supo que decirle. Balbuceó y carraspeó, tartamudeó cada frase, y enseguida acabaron los dos riendo. La princesa rió como hacía tiempo que no reía. Cuando llegó el momento de marcharse, ella se puso muy triste y pidió al príncipe que se quedara.

-No puedo-dijo él-. Si mi padre se enterara de que he estado aquí se pondría hecha una furia. Sin duda me encerraría y jamás podría acercarme al río. Pero te prometo que volveré.

El cocodrilo bueno devolvió al príncipe a la otra orilla del río.


Al día siguiente la princesa lo esperó con toda la ilusión del mundo. Estaba a punto de perder toda esperanza cuando vio aparecer el caballo blanco del príncipe. El cocodrilo también estaba allí y ofreció de nuevo su fiel servicio. Desde aquel momento el príncipe y la princesa se vieron cada día.
Los demás cocodrilos estaban indignados. Un día cerraron el paso al cocodrilo y al príncipe a mitad del río.
-¡Dánoslo, dánoslo!-gritaron, abriendo sus enormes bocas e intentando cazar al príncipe.
-Dejadnos tranquilos-bramó el cocodrilo, y nadó río abajo tan rápido como pudo.
Pero no tardó en estar rodeado de nuevo por los demás cocodrilos.
-Escóndete en mi boca-gritó el animal a su amigo- Aquí estarás seguro.
Abrió su boca todo lo que pudo y el príncipe se arrastró a su interior. El resto de los cocodrilos no les perdió de vista ni un solo segundo. Lo siguieron a todas partes. Esperaron y esperaron. En algún momento el príncipe volvería a aparecer. Pero el cocodrilo bueno tenía una paciencia infinita, y al cabo de varias horas los demás animales se dieron por vencidos y se marcharon de allí. El cocodrilo se arrastró hasta la orilla y abrió la boca. El príncipe no se movió. El animal lo zarandeó y le dijo:

-¡Amigo mío, corre, sal tan rápido como puedas!
Pero el príncipe siguió sin moverse.
La princesa también gritó desde la otra orilla.
-Mi querido príncipe, por favor, sal de ahí.
Pero fue en vano. El príncipe estaba muerto. Se había ahogado en la boca de su amigo.
Cuando la princesa comprendió lo que había pasado cayó también al suelo, muerte, porque se le había roto el corazón.


Los dos reyes decidieron no enterrar a sus hijos, sino incinerarlos el mismo día a la misma hora. Los reyes se insultaron y se amenazaron recíprocamente, pues cada uno de ellos culpaba al otro de la muerte de su pequeño.

Los fuegos no tardaron mucho en prender y ambos cuerpos ardieron en llamas. De las hogueras surgieron grandes humaredas. No corría ni pizca de viento y dos grandes poderosas columnas de humo se elevaron directamente hacia el cielo. De pronto se hizo el silencio, los fuegos dejaron de crepitar y continuaron ardiendo sin sonido; los borboteos del río cesaron. Hasta los reyes se quedaron callados.

Y los animales empezaron a cantar. Primero los cocodrilos. Pero los cocodrilos no saben cantar, le interrumpo yo cada noche al llegar a este punto.
-¿cómo que no? ¡Claro que saben!, responde mi padre, los cocodrilos cantan, pero solo cuando le dejamos. Hay que estar muy callados para oírlos.
-¿y los elefantes también?
-Los elefantes también.
-¿y quién más cantó ese día?
-Las serpientes y las iguanas. Cantaron los perros y los gatos, los leones y los leopardos. Los elefantes se le unieron, y los caballos y los monos. Por supuesto también los pájaros. Los animales cantaron a coro, y lo hicieron mejor que nunca. Y de pronto, nadie sabe por qué, las dos columnas de humo se inclinarón una hacia la otra. Cuanto más claro y más alto cantaban los animales, más se acercaban las columnas, hasta que al fin se tocaron y entrelazaron, convirtiéndose en una sola columna como solo saben hacerlo los amantes.

FIN



















lunes, 23 de agosto de 2010

Un poco de Amor, un poco de Jazz.

Se inclina hacia mí, sonríe y respira hondo. Oigo su voz; una voz que en realidad era otra cosa. Sonaba como un instrumento musical, un violín, no, mejor un arpa, no lograba sonar fuerte por mucho que se lo propusiera. Jamás lo oí gritar. Era imposible. Su voz era suave, dulce y muy melódica. Daba igual lo que dijera; a mí me sonaba como si cantara. Su voz podía cuidarme y consolarme, protegerme y dormirme, y cuando me despertaba, dibujaba en mí una sonrisa. Lograba tranquilizarme más que nada o nadie en este mundo



El arte de escuchar los latidos del corazón, Jan-Philipp Sendker.







Reflexión:




Actualmente estoy escuchándome una de las mejores colecciones de Jazz del mercado, Jazz in París se llama la colección. Jazz bendito Jazz. Pocos acercamientos he tenido al msimo, algún directo, una clase magistral de dos trompetistas, algo de Louis Amstrong, mucho de Norah Jonnes, algo de gente desconocida por mi entendimiento, pero al que le he abierto mi corazón. Y es que es de buen entendedor no solo el que comprende, o el que sabe, sino el que tiene el corazón abierto para escuchar: ¿Te has parado a escuchar la respiración de tu amada, su latir, sentir su voz, escuchar más allá de la vista, del tacto, de los sentidos? Sentir esa cara que nos tranquiliza, ese gesto que identificas como tuyo sin ser tuyo, complicidad ardiente en un mundo frío que lo cuestiona todo, que pone en duda todo. Sentir y sentir, vivir y vivir, escuchar y escuchar con el corazón abierto.

viernes, 13 de agosto de 2010

Es el amor..., por Arminda Almeida


ES EL AMOR…

Es el amor una lágrima, una caricia, un beso, es una mirada, una sonrisa o simplemente el silencio. Amor es mucho más que simples palabras que dicen mucho pero valen nada. Son gestos, obras, hechos. Amar es compartir temores y esperanzas, alegrías y malos ratos.

El amor lo puede todo, no entiende de tiempos ni de razones. El amor no espera, desespera pues, a veces deseoso de hacerse presente no puede, algo lo ata, lo sostiene lo limita, pero el amor no tiene fronteras.

Amamos cuando dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar al otro, para mirar juntos el futuro. Cuando deseamos lo mejor para la otra persona, la protegemos, la apoyamos. Y es que el amor si no nos hace ser mejores no es amor. Debe llevarnos a la libertad. Debemos sentirnos libres junto a la persona a la que amamos. Debe conducir a la alegría, a la risa, nunca a la tristeza ni a la desdicha. Pues los sentimientos, inclusive el amor, son la mayor riqueza que poseemos las personas. Con ellos expresamos lo más íntimo de nosotros mismos. Pero si no son educados en la forma correcta pueden perjudicar nuestras relaciones con los demás, e incluso hacerlas dolorosas. Por ello hemos de ser cuidadosos, y no jugar con los sentimientos propios ni con los de los demás, hacerlo sería un signo de egoísmo e inmadurez. Puede verse el amor como un cuento en el que los protagonistas siempre son los otros, nunca el papel que tú juegas es el principal. Los papeles principales a ti sólo te los dan en otro tipo de representaciones, y si por casualidad son amorosas, son también de carácter dramático. Podríamos llegar a pensar que somos malos actores o malas actrices, que ese tipo de obras no las sabemos interpretar. Podremos aborrecer el amor y no luchar para, alguna vez, poder conseguir el papel principal en uno de esos cuentos, o bien podemos adoptar una mentalidad de superación y de lucha. ¿Y porqué no pensamos que hoy son ellos los protagonistas, pero mañana podrías ser tú?, eres buena actriz o buen actor, y podrían elegirte fácilmente para representar el papel principal.

El rival más fuerte con el que los actores y actrices, sobretodo los veteranos/as, se encuentran es el orgullo al que tienen que mantener callado, impedir que hable para que la obra pueda ser representada con éxito. Por lo demás en el amor lo que cuenta es la espontaneidad, no es válido imitar a otros. Decir también para aquellos que hayan decidido abandonar su carrera por creerse malos en este género artístico que en este mundo no hay ni buenos ni malos, basta con abrir un poco las puertas del corazón, aceptar que todos actuamos en un mismo escenario, la vida, concienciarnos de que cada uno de nosotros en imprescindible, y que a cada uno se nos a dado un guión ¿podemos cambiarlo?

NO DESESPEREIS ANTE LA POSIBLE ESPERA DE VUESTRO PAPEL PRINCIPAL.

Arminda Almeida Santana









¡PALABRAS!

“Palabras para cantar. Palabras para reír. Palabras para llorar. Palabras para vivir. Palabras para gritar. Palabras para morir”
J.A. Labordeta.