domingo, 31 de octubre de 2010

Paseando por París II



Ahí está, en la esquina con la rue Saints-Péres, me espera, me ve, viene hacia mí.

-He tenido miedo. He creído que no vendría. Me he visto reflejado en un escaparate, he admirado mis mejillas bien lisas, y he tenido miedo.
-Lo siento mucho. Estaba esperando el resultado de la carrera nocturna de Vincennes y se me ha hecho tarde.
-¿Quién ha ganado?
-¿Apuesta usted?
-No.
-Ha ganado Beautiful Day.
-Por supuesto, debí haberlo imaginado –dice sonriendo y cogiéndome el brazo.
Hemos caminado en silencio hasta la rue Saint-Jacques. De vez en cuando, me miraba a hurtadillas, examinaba mi perfil, pero yo sé que en ese momento se estaba preguntando más bien si yo llevaba medias con ligero o sin él.
Paciencia, encanto, paciencia…

-La voy a llevar a un sitio que me gusta mucho.
Ya me imagino el estilo…con camareros relajados, pero obsequiosos que le sonríen con un aire cómplice:

“Buenas nochesss, señor… (así que ésta es la última… pues mira, a mí me gustaba más la morena de la última vez…)…Zalamerías aquí y allá (¿pero dónde encontrará todas estas pibas?)… ¿Me dejan sus abrigos? Muy bien”

Las encuentra en la calle, tarugo.
Pero para nada.
Me he dejado pasar primero, sujetándome la puerta de una pequeña tasca y un camarero desengañado sólo nos ha preguntado si fumábamos. Nada más.
Ha colgado muchos abrigos y en el perchero y por esa décima de segundo en al que no ha sabido qué hacer al ver la dulzura de mi escote, he sabido que no se arrepentía del pequeño corte que se había hecho debajo de la barbilla, antes, al afeitarse, cuando sus manos lo traicionaban.
Hemos bebido un vino extraordinario en grandes copas. Hemos comido unas cosas bastante delicadas, especialmente pensadas para no estropear el aroma de nuestros néctares.
Una botella de cóte de Nuits, Gevrey-Chambertín del 86. Un néctar de los dioses.

El hombre que está sentado frente a mí bebe guiñando los ojos.
Ahora lo conozco mejor.
Lleva un jersey de cuello vuelto gris de cachemira. Un viejo jersey. Tiene coderas y un pequeño enganchón cerca del puño derecho. Su regalo de cumpleaños cuando cumplió los veinte, tal vez… Su madre, turbada por su mueca de decepción, que le dice: “Ya verás cómo luego te alegras de tenerlo…”, y le da un beso acariciándole la espalda.
Una americana muy discreta que no parece más que una simple americana de tweed, pero yo con mis ojos de lince sé que es una chaqueta hecha a medida. En Old England las etiquetas son más anchas cuando la mercancía sale directamente de los talleres de las Capucines y he visto la etiqueta cuando se ha agachado para recoger su servilleta.
Esa servilleta que había tirado aposta para aclarar ese asunto del liguero, me imagino.

Me habla de muchas cosas pero nunca de él. Siempre le cuesta un poco seguir el hilo se su historia cuando me paso la mano por el cuello. Me dice: “¿Y usted?”, y yo tampoco le hablo nunca de mí.
Esperando el postre, mi pie toca su tobillo.
Coloca su mano sobre la mía y la quita de pronto porque llegan los sorbetes.
Dice algo pero sus palabras no hacen ruido y no oigo nada.
Estamos emocionados.

Horror. Su teléfono móvil acaba de sonar.

Todos los ojos del restaurante se posan fijamente sobre él, que lo apaga rápidamente. Acaba desde luego de estropear mucho vino muy bueno. Unos tragos que han pasado mal por gaznates irritados. Algunas personas se han atragantado de los cuchillos o sobre los pliegues de servilletas almidonadas.
Malditos chismes, siempre tiene que sonar alguno en cualquier parte, en cualquier momento.
Un patán.
Él esta confuso. De repente el jersey de su mamá le da un poco de calor.
Hace signos de cabeza a diestro y siniestro como para expresar su desconcierto. Me mira y se le han hundido ligeramente los hombros.

-Lo siento mucho…-Me vuelve a sonreír, pero parece ya menos belicoso.
Yo le digo:
-No tiene importancia. No estamos en el cine.Un día matare a alguien. A un hombre o a una mujer que haya contestado al teléfono en el cine en medio de la película. Y cuando lea este suceso, sabrá que he sido yo…
-Lo sabré.
-¿lee los sucesos?
-No. Pero voy a empezar a hacerlo puesto que tengo probabilidades de encontrarla a usted en ellos.


Continuará...
Autora: Anna Gavalda,
Libro: "Quisiera que alguien me esperara en algún lugar"

3 comentarios:

Irene Comendador dijo...

Un relato muy interesante la verdad, es algo extraño pero a mi me gusta lo poco usual, y si, tambien me pone de los nervios que la gnte no apague sus telefonos en ciertos sitios, ajajajaj

Bueno mi chico te dejo aqui el link del concurso donde participa mi relato de terror, solo por si te apetece pasar y asi ver al resto de participantes, y asi votar por el que mas te guste, un beso y nos vemos

Irene

http://masquevampiros.blogspot.com/2010/10/finalistas-del-concurso-halloween.html

Irene Comendador dijo...

Aqui estoy de nuevo, pero esta vez para dar en vez de pedir, jajaja
Tengo un pequeño regalo para ti en mi blog espero te guste
http://irenecomendador.blogspot.com/2010/11/concediendo-premios-mis-hombres.html
Irene Comendador

Jade dijo...

Me ha encantado el relato , muy fresco y cotidiano.Una capacidad impresionante para describir los mínimos detalles , como ese hombre que se sienta enfrente y bebe guiñando los ojos.

¿ Y porque será que en los momentos emocionantes siempre ocurre algo? Como ese móvil que suena...

Ha sido un encantador "Paseo por París".

Te deseo un feliz fin de semana.

Besitos.

- Jade -


¡PALABRAS!

“Palabras para cantar. Palabras para reír. Palabras para llorar. Palabras para vivir. Palabras para gritar. Palabras para morir”
J.A. Labordeta.